Pedro Antonio Honrubia Hurtado | Para Kaos en la Red | 14-4-2011 a las 17:00
La semana pasada me enteré que frotarse el culo con una bandera rojigualda es delito en este estado «de derecho» o «de derechas» nuestro. Y no lo comprendo. No sé qué pretenden evitar con ello. Se frote uno o no se frote la dichosa bandera por el culo, lo haga antes o lo haga después de cagar, España ya huele a mierda de todas, todas. No hay remedio que pueda evitarlo.
Así que no protegen nada. Si con dicha ley lo que se pretende es que la enseña borbónica no roce con los excrementos propios de todo ser humano, llegan tarde, hace mucho, pero mucho tiempo, que dicha bandera está llena de mierda hasta el mástil, y por donde pasa, deja su rastro oloroso.
No vamos a hablar de la historia de sagre, miseria, robo, explotación y genocidio que ha dejado por sombra tal bandera allá por donde ha ido pasando. No vamos a hablar de la expulsión prenazi de los judíos, no vamos a hablar del genocio al pueblo andaluz o a los pueblos indígenas de América, no vamos a hablar del robo sistemático de los recursos a todas las colonias que han tenido la desgracia de ser alguna vez parte del imperio nacional-católico, no vamos a hablar de la inquisición o del caudillo paseando bajo palio, porque no toca. No vamos a hablar de nada de eso, pero podríamos hacerlo.
España huele a mierda, sí, huele a mierda. No toda España, ni todo los españoles, pero esa bandera, roja y amarilla, con todo lo que arrastra y significa, huele a mierda, aunque ahora dos victorias en sendos campeonatos de fútbol hayan hecho de repente que el pueblo pierda la memoria, y ni duden en mostrarla orgullosos en sus balcones, o en el cuello de sus camisetas. No por ello deja de oler a mierda.
Y, lo peor, no es un olor a mierda seca. Todo lo contrario. Es olor a mierda fresca, muy fresca.
Es el olor que se desprende de la ilegalización preventiva de Sortu, pese a cumplir, y así lo reconocen hasta los propios que han elaborado y votado la sentencia, con la ley vigente. Aunque, claro, «solo en apariencia».
Es el olor que se desprende de todos esos medios de comunicación neofascistas, que se pasan los días promoviendo los valores más reaccionarios, alentando la xenofobia, impulsando la homofobia, coqueteando indisimuladamente con el racismo, y, por supuesto, legitimando con su discurso las prácticas fascistas que luego acaban con agresiones nazis como las que hemos visto recientemente en algunas universidades, o un teatro de Barcelona, amen de las centenares que se dan cada año en las calles.
Es el olor que se desprende de «Manos Limpias», de «Hazteoir», DENAES y de todos esos grupúsculos fascistas que, amparados por políticos y jueces de su misma cuerda, siembran este estado de intolerencia, de represión y de persecución perpetua a todo aquel que ose disentir con los valores supremos del nacional-catolicismo: Dios, patria y rey.
Es el olor que se desprende de unos tribunales de justicia que mandan detener con bombo y platillo mediático a un grupo de jóvenes por tener la osadía de mostrar sus cuerpos desnudos en una Iglesia.
Es el olor que se desprende de esos mismos tribunales que abren una investigación penal contra un grupo de personas que se han atrevido a convocar una profesión atea en Madrid, para mostrar así su rechazo a los privilegios que la Iglesia Católica tiene en este estado supuestamente aconfesional.
Es el olor que se desprende de las decenas de personas que, estando imputadas e incluso algunas condenadas por delitos de corrupción, se van a presentar en las listas electorales de sus partidos, con el apoyo y el respaldo de estos, sin que a nadie parezca importarles, es más, pareciendo que a más corrupción, más votos son capaces de tener en sus respectivos pueblos, ciudades o territorios.
Es el olor que se desprende de un gobierno que marca su agenda política sentado en una mesa con los representantes de las cincuenta principales empresas del estado, que a su vez le obligan a imponer las políticas antiobreras que marcan desde Bruselas y el FMI, todo ello sin que nadie los haya votado, ni a los unos, ni a los otros, sin que, para más inri, a los que sí han votado tengan posibilidad alguna de negarse.
Es el olor que se desprende de esas manifestaciones, retrasmitidas como si fuesen eventos de interés, en las que unos pocos miles de fachas salen periódicamente a reivindicar que se ataque sin piedad los derechos de homosexuales, de las mujeres o de los votantes de una determinada opción política vasca a la que quieren convertir en una apestada, según sea el caso.
Es el olor que se desprende de la presencia de las tropas imperiales españolas en varios países ajenos, bombardeando y matando a cientos de personas, por defender los intereses económicos de unos pocos.
Es el olor que se desprende de unas leyes que siguen considerando delitos la blasfemia, la profanación y otras memeces nacional-católicas, mientras quieren impedir que una musulmana pueda ponerse un pañuelo en la cabeza.
Es el olor que se desprende de las contínuas redadas que los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado realizan contra la población inmigrante, y la persecución y condena que quieren hacer con todo aquel que se atreva a denunciarlo o documentarlo.
Es el olor que se desprende de la incomunicación a la que son sometidos determinados detenidos, de las torturas que reiteradamente son denunciadas por los mismos y avaladas por algunos de los pricipales organismos de derechos humanos del mundo.
Es el olor que se desprende del encarcelamiento de inocentes, sin más acusación que la pertenencia infundada a una banda armada, de la que nunca han formado parte, y con la que nunca han tenido la menor relación, pese a lo cual son detenidos y encarcelados solo por hacer política, o por atreverse a informar desde una perspectiva diferente de lo que ocurre en las calles de Euskal Herria.
Es el olor que se desprende de la indefensión en la que quedan las personas que son multadas en manifestaciones o actos similares, acusados de cualquier tontería, sin más prueba que la identificación visual de un policía, no pocas veces en base a listas negras previamente manejadas por dichos policías, y nada más.
Es el olor que se desprende de la potestad que tienen los cuerpos antidisturbios para disolver a golpes cualquier manifestación pacífica que altere el «buen» funcionamiento de una determinada ciudad, pudiendo agredir a diestro y siniestro, sin que nunca jamás tengan que dar explicaciones por ello, aun cuando las imágenes demuestren que sus agresiones han sido simplemente porque les ha dado la gana, con afan de hacer daño y causar lesiones a personas que no estaban usando la violencia, y, a veces, que simplemente pasaban por allí y se llevaron una buena dosis de palos.
Es el olor que se desprende de acabar con una huelga de trabajadores declarando un estado de alarma, y obligando a los trabajadores a ir a su puesto de trabajo a punta de pistola.
Es el olor que se desprende de leyes que otorgan al estado potestad para cerrar páginas web en el momento que así lo considere oportuno.
Es el olor que se desprende del trato que dan a los ciudadanos de América Latina en los aeropuertos, cuando osan querer venir desde sus países hasta estas tierras, ya sea a hacer turismo, ya sea a visitar a unos familiares, ya sean tantos y tantos casos que se repiten diariamente en Barajas y otros lugares del estado, donde tiene reservadas unas salas de encarcelamiento para darles la bienvenida.
Es el olor que se desprende del trato que se da a los ciudadanos inmigrantes en los CIEs, o de la simples existencia legal de dichos centros de reclusión, donde personas sin ningún delito son recluidas contra su voluntad, como si fuesen delinquentes, hasta decretar su expulsión a no se suele saber dónde, a veces cualquier desierto africano donde se los deja, drogados, a expensas de cualquier cosa.
Es el olor que se desprende las múltiples ordenazas «cívicas» promulgadas por centenares de Ayuntamientos de todos los rincones del estado, que criminalizan al ciudadano, y quieren convertir las calles en grandes centros comerciales donde la única actividad válida sea el transito con fines económicos, o el consumo, y que además quieren convertir a los ciudadanos en delatores de sus propios vecinos, en un sistema panóptico legitimado y amparado por ley en el que todos somos sospechosos/delatores al mismo tiempo.
Es el olor que se desprende de aquellos alcaldes que están pidiendo que se saquen a los mendigos de las calles, como el que manda barrer la basura para tener unas calles limpias a los ojos del turista o del ciudadano común, porque esa y no otra es la intención de estas tentativas: que la pobreza, la miseria y la injusticia del capitalismo queden encerradas en guetos donde no puedan verse por la mayoría.
Es el olor que se desprende de una constitución elaborada a la sombra del fascismo, que otorga al ejército la potestad de intervenir en caso de que alguien ose, incluso democráticamente, poner en peligro la unidad de España, y que niega expresamente el derecho de los pueblos a poder decidir libremente su futuro.
Por supuesto, es el olor que se desprende de una institución monárquica que en su momento juró la leyes del franquismo, y cuya cabeza visible fue puesta a dedo por el mismísimo Franco.
Y así podíamos seguir, dando olorosos argumentos, horas y horas.
Así que lo dicho, no hace falta que nadie se pase una bandera de España por el culo después de cagar, España ya huele a mierda, desde el mismo momento de su nacimiento, y ahora, cada vez más y con más descaro, con más fuerza que nunca.