Hay días en que uno se levanta con la sensación de estar deshabitado. Va al trabajo y es otro el que toma la guagua y camina por las calles, llega a la oficina, ficha, da los buenos días al guarda de la puerta, enciende el ordenador y sólo cuando lleva algún tiempo haciendo esos movimientos rutinarios y casi mecánicos, parece como si el alma que le ha abandonado a uno en mitad del último sueño, al filo del amanecer, regresa al cuerpo vacío y lo pone en actividad.
Tiene suerte el que vuelve a recibir su alma momentáneamente perdida. Las calles de nuestras ciudades están llenas de personas des-almadas, que caminan a sus quehaceres como autómatas apresurados y como autómatas se comportan la mayor parte del día. Insensibles a todo lo que rebase sus propios intereses, están ahí, llenando un hueco en el espacio, pero es como si no estuvieran. Para ellas el mundo se limita a las paredes de su casa, de su lugar de trabajo y del bar donde suelen beber sus cervezas y ver los partidos de fútbol. Cualquier cosa que indique conciencia de pertenecer a una clase o especie determinada y de compartir vida e intereses con ella les es indiferente.
Esta subespecie de desalmados no está integrada necesariamente por malas personas, al contrario suelen ser lo que se conoce comúnmente por individuos “normales”: buenos padres de familia, trabajadores dóciles, consumidores apacibles y compañeros pasables, pero sus preocupaciones morales, intelectuales o simplemente vitales no van más allá de las que tendría un ornitorrinco. Son la base ideal del sistema, los que “no se meten en política” y rehúyen los líos de cualquier tipo. Sobre ellos descansan las sacrosantas instituciones que conforman la sociedad. Y cumplen su misión trabajando, consumiendo y produciendo hijos que perpetúen el estado de cosas donde ellos, ni felices ni desgraciados, se encuentran a gusto.
Ay de la vida y de la sociedad, si el derivar de la historia dependiera de estos zombies satisfechos, estaríamos todavía en Atapuerca comiéndonos unos a otros. Y no es sólo que esta afición primitiva sea inexcusablemente vituperable, sino que todo lo que signifique evolución y progreso estaría vedado. Sería el fin de la historia, que tanto agrada a Fukuyama y sus mariachis.
En los albores de la civilización nuestros ancestros pintaban animales y escenas de caza en las paredes de barrancos, grutas o cavernas. La interpretación más extendida de estas pinturas rupestres es que estaban relacionadas con ceremonias mágicas vinculadas a la caza, principal actividad económica de la época. El hombre, por medio de la representación de las bestias, se apoderaba en cierta manera del alma de las mismas, haciendo más propicio su sometimiento.
No me extrañaría que en alguna dependencia ultrasecreta de las criptas de la Reserva Federal, del Banco Mundial, o del Bundesbank legiones de pintores estén en turnos de día y noche, representando frenéticamente en grandes paneles a la ciudadanía anónima que circula por las calles. Lo malo de este tipo de suposiciones no es que sean absurdas, que lo son, sino que, al mismo tiempo, son reales. En lugar de pintores pongan ustedes a otros “artistas”, como los dueños de los llamados mass media, que suelen ser los mismos que controlan las grandes corporaciones financieras, con muchedumbres de lacayos a su servicio, léase periodistas, escritores, programadores de televisión, articulistas, cineastas, etcétera. El hombre ha querido siempre apoderarse del alma de los objetos, y en la clasificación de objetos entran los otros hombres, siempre que de ello los detentadores del poder obtengan algún beneficio. El sistema capitalista (perdón, de economía libre de mercado), es en sí mismo un absurdo que conduce a su propia destrucción –y de paso, a la de todo bicho viviente–. Los imaginarios pintores rupestres actuales no son sino una metáfora más de ese absurdo.
Por fortuna, hay personas que se resisten a perder su alma y que si la extravían momentáneamente, se esfuerzan en recuperarla antes de quedarse definitivamente sin ella. A estos hombres y mujeres debemos la evolución de las ideas, la lucha contra la alienación, la oposición a los dueños del mundo. No suelen estar entre los triunfadores; al contrario, la derrota y la frustración son muchas veces el resultado de sus esfuerzos, pero gracias fundamentalmente a ellos, avanza el progreso, evolucionan las ideas, cambia la vida… Los poderes establecidos los consideran sus principales enemigos y contra ellos apuntan todas las baterías del sistema, las ideológicas, las políticas y, cuando son necesarias, las directamente represivas. Quien no está contra el poder está con él, esta es una guerra donde no caben los neutrales. Estamos como al principio de los siglos, la lucha del hombre contra la bestia, sólo que esta vez la bestia es más terrible y poderosa que cualquier dragón o hidra del pasado. El resultado es incierto, el sacrificio seguro.
Julián Ayala Armas
Rúbricas desde la orilla en canarias-semanal.com
Gran periodista y pensador, nos alegra comprobar que no todos los ex camaradas de lucha revolucionaria hayan terminado en puestitos a su medida y de gestores pequeños burgueses de las migajas que les dejan caer los capitostes del archipiélago, salud camarada Julián y que la lucha nos haga coincidir tanto en el ciber espacio como en la calle, que ya es hora.