El cáncer es la enfermedad por antonomasia del siglo XX y como tal es objeto de una serie de elucubraciones sobre su origen, sentido y destino, al igual que lo fue en el siglo XII la peste, en el siglo XVI la sífilis y en el siglo XVIII la tuberculosis.
El primer mito es ver al cáncer como un designio divino, un castigo a los males sociales y a las inmoralidades individuales. Este resabio de mentalidad mágica considera a Dios como un experto en castigos y atribuye a estos males paradigmáticos un sentido moralizador. La realidad es otra: la causa fundamental del aumento del cáncer en los países desarrollados es la contracara del aumento de la expectativa de vida. Desde esta perspectiva, lejos de ser una condena, es una bendición. Cuando la expectativa de supervivencia media es de 30 años (como hasta fines del siglo XIX en los países europeos o como en África subsahariana hasta nuestros días) la causa de muerte es perinatal (falta de controles durante el embarazo), severa mortalidad infantil (desnutrición, parasitosis y violencia familiar), mortalidad adolescente (embarazos, accidentes y violencia social) o infecciones (sobre todo SIDA, antes tuberculosis). Al aumentar la expectativa de vida a 70 años, el cáncer es la primera o segunda causa de muerte en los grupos etáreos mayores.
El segundo mito consiste en la utilización particular de este concepto de «enfermedad castigo», que generalmente se aplica a la sociedad. Algunas personas lo imputan a su propia existencia y consideran el cáncer como una consecuencia de sus malas acciones o de los trastornos psicológicos asociados a las mismas. Cuando nos aqueja una enfermedad potencialmente mortal, es indudable que ocurre una resignificación del pasado. Pero atribuir causalidad a ciertas elecciones, conductas o inconvenientes, es ir mucho más allá de lo demostrado. No hay evidencias científicas que permitan afirmar una causa psicológica para el cáncer. Hay algunos experimentos realizados en animales sometidos a estrés crónico que podrían explicar una mayor susceptibilidad a ciertos mutágenos, pero no hay demostración de causa-efecto.
El tercer mito es «los animales en la naturaleza no tienen cáncer». Esto se ha empleado fundamentalmente para promocionar ciertos productos derivados de animales, como los antineoplásicos. ¿Por qué es un mito? Porque es verdad. ¿Cuál es el mito entonces? La idea de naturaleza. Es interesante notar que, desde esta perspectiva, la «naturaleza» es una suerte de ámbito paradisíaco donde todo está armoniosamente ordenado. La realidad es que en la naturaleza la competición es feroz y mortal. Los animales están sanos o son comida: el depredador siempre elige primero al más débil, por eso no hay tiburones con cáncer, renos con lupus, ardillas con pielonefritis crónica, ni palomas con alas fracturadas, que sobrevivan en estado natural… a menos que la mano del hombre las socorra (o la buenaventura las asista). Ante la imagen del hombre como «gran depredador» hay que consignar que es, hasta ahora, el único animal que cuida a los enfermos crónicos de su especie y de otras. Puede que haya casos de socorro interespecies para cachorros abandonados, pero cuidados de enfermos crónicos no.
El cuarto mito es que el cáncer es una «enfermedad incurable, mortal, que genera sufrimiento y dolor». El 50% de los cánceres se curan si se diagnostican en etapas iniciales y se administran los tratamientos correctos. El 70% de los cánceres se evitarían si la gente dejara de fumar cigarrillos (el cancerígeno más conocido y mortal de todos), comiera con fibras, no se expusiera al sol irracionalmente, y se realizara un control de mamas y cuello uterino sencillo. ¿Por qué estas medidas simples no son seguidas por la mayoría de las personas? Porque no cree. No cree que sean eficaces, o, lo más frecuente, no cree que a él le vaya a pasar. Una de cada cuatro personas, si tiene suerte como para vivir lo suficiente, desarrollará cáncer. Uno siempre cree que las que tienen riesgo son las otras tres: debido a un tipo de protección muy especial nosotros no podemos caer en la estadística. El país más importante en la exportación de cigarrillos es Estados Unidos. Su industria tabacalera viene intoxicando al mundo en forma sistemática, y desde la década del 30 lo hace con la ayuda de Hollywood. A pesar de ello, hace menos de diez años se llevó a cabo una campaña antitabáquica muy fuerte y ya se ha visto una disminución de la curva de mortalidad por cáncer de pulmón. Por eso es importante recordar que el cáncer es evitable y curable en un elevado porcentaje de casos.
El quinto mito es que todos los cánceres necesitan quimioterapia y que todas las quimioterapias producen caída del cabello. En realidad la película que extendió esta idea es «Love Story», y probablemente en el cine siempre se represente visualmente a quien realiza quimioterapia como destruido y pelado, para mostrar el contraste entre salud y toxicidad. No todos los cánceres requieren quimioterapia, aunque sí un número importante de ellos, y no todas las quimioterapias producen nauseas, vómitos y caída del pelo, aunque todas o casi todas son tóxicas. Para tratar el cáncer tenemos la cirugía, las radiaciones, las hormonas, los inmunomoduladores y la quimioterapia. Esta última tiene como objetivo destruir células tumorales, y como las células tumorales son muy parecidas a nuestras células normales frecuentemente son afectadas ambas, sólo que las normales son más fuertes y se recuperan antes. Con los nuevos antieméticos (fármacos para controlar los vómitos) las náuseas y vómitos pueden controlarse en la mayoría de los pacientes, pero los tejidos en rápida división -médula ósea (glóbulos blancos y plaquetas), las mucosas y el cabello- pueden ser afectados. Cómo y cuánto se afecten cada uno de ellos depende de cada agente quimioterápico. Hay algunos que no causan descenso de los elementos de la sangre, otros no causan ni vómitos ni diarrea y otros no causan la caída del cabello. Lo que es importante es que cada paciente sepa cuál es la razón por la cual se prescribe un determinado agente y hable abiertamente con su médico para evaluar juntos los beneficios y los riesgos de una determinada medicación.
El sexto mito consiste en afirmar que se puede curar el cáncer con tratamientos «alternativos». En oncología, el modo en que se obtiene el conocimiento es duro pero sencillo: se comparan dos tratamientos entre sí. Para ello se administran en forma separada a dos grupos humanos y se cuentan los cadáveres… el que tiene menos gana. Suena brutal, pero así es como ha logrado el sitial de tratamiento estándar cada uno de los reconocidos internacionalmente como tratamiento de elección para cada situación clínica en oncología. Por ello, basta una pequeña diferencia (un cadáver menos) para desplazar un tratamiento. Pero esto no se declama. Se investiga y se conoce. Por supuesto que dos tratamientos pueden ser iguales en eficacia y uno menos tóxico que otro, o alguno puede ser mejor en calidad de vida, pero el objetivo principal es curar más pacientes y la evidencia que buscamos es que haya más pacientes vivos. Así, se ha logrado curar el 95% de algunas leucemias pediátricas, el 90% de los tumores embrionarios de los jóvenes, el 85% de los linfomas de Hodgkin, el 70% de los cánceres de mama en estadios iniciales, el 65% de los cánceres de colon, etc. Cuando alguien declama que puede curar debemos preguntarle si eso es una afirmación sustentada en una investigación, o una proclamación sustentada en su deseo o imaginación. Por otra parte, la investigación clínica está metodológicamente normatizada y legalmente regulada, pues debe hacerse de un modo correcto desde la perspectiva del conocimiento científico y respetar los derechos humanos de los pacientes. Lo que debe observarse es cuántos pacientes pueden perder su vida corriendo detrás de quimeras que no los curen y que les hagan perder tiempo valioso para curarse.
El séptimo mito es que cuando no se puede curar un paciente «ya no hay nada más para hacer». Si el sexto mito era un mito contra la mentalidad mágica de los que están en contra de la mentalidad científica, este es un mito en contra de la inhumanidad de algunos cultores de la mentalidad cientificista.
El objetivo más importante es curar, pero igualmente importante es aliviar cuando no se puede curar. El desarrollo de los cuidados paliativos ha demostrado que el 90% de los pacientes con cáncer avanzado pueden dormir sin dolor, el 60% descansar sin dolor y el 30% llevar una vida activa sin dolor. Esto se fundamenta en el uso racional y sistemático de los analgésicos. Lo mismo vale para la debilidad, el cansancio, la falta de aire y de apetito, y para una serie de síntomas que pueden acompañar al paciente hasta su muerte. La muerte es inevitable pero el sufrimiento se puede atenuar.
El peor de todos los sufrimientos es el tormento moral, el vacío existencial, la sensación de autodestrucción y minusvalía que nos produce la enfermedad. Tanto nos destruye que parece que ya no somos nosotros mismos. Cuando se presenta este sufrimiento, sólo puede ser escuchado. Difícilmente podremos aliviarlo, pero al menos podemos acompañarlo.
En definitiva, la desmitificación busca recuperar para el paciente el rol de persona libre, capaz de elegir a base del conocimiento disponible y participar activamente en la selección de los tratamientos, y para el médico el rol de profesional responsable que aúna el conocimiento científico con la humanidad en cada una de sus indicaciones.
Sobre el autor
El Dr. Ernesto Gil Deza es oncólogo, director del Dpto. de Docencia e Investigación del Instituto Henry Moore, Buenos Aires, Argentina.