“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti.”
¿Familiar? Con este epígrafe de John Donne inició Hemingway, el borracho monumental de la generación perdida, su obra más paradigmática. Doloroso clavo incrustado en su memoria: una obra sobre España. ¿Casual? Había luchado allí. Como tantos otros de tantas partes que dieron su sangre y mataron sus esperanzas en la península donde, aunque no lo creamos, se definió parte del pasado reciente de la humanidad, no digamos entonces el futuro de los españoles.
Doblan, tocan alto las campanas. ¿Qué anuncian? Una muerte.
¿Apocalíptico? Pensad un momento qué hubiese pasado en Europa y luego en América si la República Española no hubiese sido –como lo fue– ahogada en sangre. No en vano la izquierda internacional comprendió que España era el eslabón fundamental del auge del fascismo en el mundo e intentó detenerlo. Pero el fascismo triunfó. Italia. Alemania. Finalmente España… ya hemos visto las consecuencias. La pugna entre dos poderes inmensos, incontenibles, se libraba allí. Los reaccionarios, los poderosos del globo, apoyaron sin vacilar un minuto el espíritu de la monarquía. Los revolucionarios vieron en esa frágil República la lucha de toda la humanidad, uno de los ejemplos de internacionalismo más grandes y más trágicos del siglo pasado.
¿Profético? Pensad otro poco. ¿Qué pasará ahora con España? No se trata ya del fascismo clásico, ni del avance de una u otra corriente ideológica, ni de la imposición de dos bloques antagónicos. No es simplemente detener esta privatización o aquel desalojo. Se trata de los principios básicos, de los conceptos elementales del liberalismo y la democracia. Conceptos en crisis, frutos podridos del desarrollo de occidente. Después de medio milenio de ilustración, la serpiente de la modernidad se muerde descaradamente la cola: la democracia no existe en abstracto, no puede existir por fuera de las formas económicas que la contienen y la determinan. Uno de los mitos fundacionales del capitalismo, aquello de la egalité, liberté, fraternité, carece absolutamente de sentido ante la situación actual. José Saramago, de lo más brillante entre las conciencias de los últimos tiempos, hacía un juicio tan demoledor como sencillo: donde gobiernan los intereses del Capital, donde se impone la fría y desalmada economía, no puede hablarse de democracia política. La última es esclava de la primera. Y ese juicio tan simple, al que con miedo tachan de marxista y dogmático, es aplicable de cuerpo entero para esta España de las privatizaciones y los desalojos. Porque aunque Emilio Botín y el último parado desahuciado ayer por las hipotecas sean declarados libres e iguales bajo la Constitución, sólo un cínico afirmaría que son iguales y poseen los mismos medios para ejercer su libertad en la vida real. Quizá en las siempre teóricas y enrevesadas leyes. O ya ni eso siquiera.
Así que Europa, esa arrugadísima y vieja sinver-güenza, hace cómodamente la vista gorda –¡Y qué esperabais por Dios! ¿Que el ratón cuidara el queso?– beneficiándose de lo que fue una edición franco-germana del Neoliberalismo donde la periferia es explotada brutalmente por el centro, con países de tercera o hasta cuarta categoría. Se apresta al regreso de ese “capitalismo salvaje” (si alguna vez dejó de serlo) y a la sabiduría del rey Mercado, que todo lo regula; todo: le pone precio a la basura o a los órganos humanos, declara insostenible una biblioteca pública o un bosque, determina tanto que se tire la leche a los ríos para que no caigan las cotizaciones o que miles de pisos permanezcan vacíos en la especulación inmobiliaria mientras las familias sin techo aumentan por doquier. La inconmensurable sabiduría del mercado ha decidido ahora, por ejemplo, que los españoles trabajarán toda su vida y no tendrán jubilación, porque no se la merecen.
¿Pesimista? a golpes de campanadas y rescates financieros los amos del Capital, los criminales más grandes que hayan conocido las épocas recientes, plantadores de genocidios y fabricantes de estafas, comienzan a destruir sus propios mitos, a mearse encima de sus propias doctrinas y valores más sagrados. Empezaron por saltarse de frente al sol sus leyes. Adiós a la egalité y la fraternité. Al carajo con la liberté. Dieron a la alcantarilla con su propia democracia de reality show y telediario. Nos han dado una lección práctica de Economía Política en unos meses y nos han demostrado que acabamos con el sistema o este acaba con nosotros.
¿Democracia? Van a perfeccionar en España un mecanismo sutil, un complejísimo engranaje de convertir los esfuerzos enteros de una nación en el lucro desmedido de unas cuantas élites y corporaciones que no son ni el 0.01% de la población mundial. Ya lo habían hecho en América Latina. Pero hacerlo ahora en Europa es aprestarse a golpear a sus propios ciudadanos, someter a las llamas su legalidad e institucionalidad artificiosa, quitarse la máscara con que engañaron a sus pueblos durante varias décadas.
No amigos, no se trata solamente de ver morir el insostenible Estado de Bienestar; no es cuestión de evitar un rescate financiero. Es la pura y diáfana lucha de clases, entre un puñado de parásitos que dictan el destino de pueblos enteros y millones de gentes que no quieren tragarse este plato de estiércol.
El asunto es más profundo. Es el ocaso de una civilización. La fractura de sus insostenibles estructuras económicas. La corrosión de sus coberturas políticas convertidas en carroña. Todo esto huele mal.
No preguntes tú que me lees sin mucho ánimo en Colombia o en Argentina, Por Quién Doblan esas Campanas. Doblan por ti. Doblaron por la suerte del pueblo Griego. Doblan por Portugal, por Italia, por la pequeña pero digna Islandia. Doblan también por España, porque allí hoy más que nunca, otra vez combate la humanidad, aunque parece que nadie quisiera darse por enterado.
Camilo de los Milagros