Y los periodistas vigilando…

Franco fue quien se apropió por las armas y el cri­men del poder político, pero contó con el auxilio inestimable y de­fini­tivo de la Iglesia española. Pero es la Iglesia la que pasa luego a ser la dueña efectiva del poder invisible durante cuarenta años, cus­to­diada por el sublevado que, una vez extirpadas las ideas que po­dían socavarles, a él y a la Iglesia, vigilaba in situ y en la calle la marcha de la moral del país. Pues la vida real, la vida cotidiana, la vida social de una sociedad, una vez resueltas las necesidades materiales básicas, puede reducirse perfectamente sólo a costum­bres y moral. Lo demás es vicario. La vida material se resolvió a base de autarquía; del resto se encargaba la Iglesia. Las  policías, de asegurarles en sus respecti­vos puestos.

Pues bien, sea como fuere y como quiérase entender la historia del franquismo, lo que sí es cierto es que los ejércitos de clérigos, de obispo para abajo, fueron los custodios de la moral pero también de que la política pro­piamente dicha no existiera, en línea con aquel fa­moso comentario del dictador: «haga como yo, no se meta en polí­tica».

Los pro­curadores sabían muy bien qué leyes debían aprobar en las Cortes franquistas, y los párrocos muy bien las actitudes que de­bían adoptar los feligreses, fuesen o no fuesen a misa. Pobre de los que no iban en los primeros tiempos, pero si los hombres no iban, ya se en­cargaban las mujeres que no faltaban de aleccionarles, y ya la prole domeñada en las escuelas sabría interpretar las costumbres y las ideas inoculadas desde el púlpito. Así funcionó este país 40 años.

Pero hete aquí que llega la democracia ramera, y con ella la fuerza de un huracán de los sustitutos de los clérigos: los periodistas que son los mo­ralistas civiles sin sotana; personajes sin poder institucio­nal -como no lo tenían oficialmente los antiguos clérigos-, pero con la fuerza de aquellos y contando con obispos de tirantes o sin ellos; to­dos monárquicos, todos nostálgi­cos, todos suficientemente fuertes como para manejar el timón de una nave ocupada por los contra­maestres que son los políticos en la oposición y los gobernantes. Los periodistas, los periódicos, los me­dios audiovisuales son los que mandan, en este país y en los capita­listas. He aquí el canje: clérigos por periodistas. Reinan, influyen, pero no gobier­nan. Como los reyes parlamentarios y la mujer en la sociedad tradicional a lo largo de los si­glos.

Cuando queramos valorar qué están haciendo los gobernantes, la oposición, la banca, los sindicatos y la Iglesia no tenemos más que echar un vistazo a los periódicos y a los medios: ellos orientan y di­ri­gen con sus sondeos, que nadie verifica, las orientaciones de los ciu­dadanos. Unas orientaciones que si se fueran científicas verdade­ra­mente, darían como resultado que la ciudadanía silenciosa y ma­yori­taria estaría dispuesta a balearles a todos ellos y a los políticos tal como funcionan en este país y en “América”.

Los periodistas vigilan, y son ellos los que nos mandan, los que aú­pan y defenestran, los que quitan y ponen: los verdaderos amos. Por ac­ción o por omisión. Yo, desde luego y desde siempre dije que si me dan a elegir entre mandar e influir, me quedo con este último verbo. No tiene riesgo y es más eficaz como, según ciertas religiones ar­cai­cas y la evidencia, es más fuerte el agua que la piedra.

Mientras que los periodistas no se limiten a di­fundir la noticia en­tre­comillada, y los hechos contrastados pul­cramente, serán los ver­dade­ros artífices -artífices cobardes- de la democracia mediá­tica, no el pueblo. El pueblo no escribe ni opina, pues no puede de­cirse que “opinión”   sea el sondeo de marras. Pero tampoco el pueblo ne­cesita de intermediarios que le digan lo que tiene que pen­sar. Y re­sulta que los intermediarios son los periodis­tas. Y los perio­distas son dueños de todos los medios de difusión. Y todos los medios de difusión son de derechas. Y los que no lo son en sentido es­tricto, también se suman al sistema y contempo­rizan con él. De modo que hemos pasado de estar en manos de los clé­rigos sólo, a estar en manos de los clérigos y de los periodistas. Los demás cuen­tan mucho menos de lo que se dice. Vean ustedes cómo después de los drásticos recortes sociales, a la Casa Real ni se la toca, y la Iglesia seguirá recibiendo del Estado laico y aconfesional, 13 millones de euros al año…

“Áuste a la mierda”

Jaime Richart en Kaos en la Red